Ayer fue el Dia
Internacional Contra la Violencia de Género, una fecha que todas y todos
debemos recordar para multiplicar los esfuerzos dirigidos a erradicar esta
lacra social. Vaya por delante que ciertamente los factores sociales, y
especialmente la educación, juegan un papel fundamental en este tipo de
violencia y que es en estos campos donde se deben tomar las iniciativas más
importantes. ¿Ahora bien, tiene la biología algo que decir a este respecto?
¿Puede existir una base neurobiológica sobre la que se pueda actuar para
prevenir el problema más eficazmente? Conocemos mucho acerca de la estructura y
el funcionamiento de los circuitos neuronales que participan en la agresividad,
en los que es fundamental la actividad de una región de nuestro cerebro
denominada amígdala. Diversos factores se han demostrado cruciales en la
modulación de esta agresividad, incluyendo el estrés, especialmente durante la
adolescencia. Sin embargo, cuando se revisa la bibliografía científica, son escasos
los estudios que hayan intentado entender cómo el cerebro interviene específicamente
en la violencia de género o la agresividad intersexual. No obstante, ya hay
algunas evidencias que sugieren unas bases neurobiológicas para explicar la
aparición de fenómenos de agresividad de los machos específicamente hacia las
hembras. El pasado año se publicó en la prestigiosa revista Translational
Psychiatry un estudio1 de un equipo liderado por Carmen Sandi y
firmado por Maribel Cordero como primera autora, dos excelentes investigadoras
españolas que desarrollan su trabajo en el Brain and Mind Institute del EPFL de
Lausana, Suiza. En este estudio, realizado en
ratas, se demostraba que las ratas macho se volvían especialmente agresivas
contra sus parejas femeninas durante la vida adulta, después de ser expuestos a
experiencias estresantes durante su juventud. Sorprendentemente, la
descendencia masculina de estas parejas con machos agresivos también mostraba
una agresividad intensa hacia las hembras, incluso sin haber convivido con sus
padres o haber estado expuestos a cualquier tipo de violencia. Más aun, tanto
las hembras que convivían con los padres agresivos, como las que lo hacían con
su descendencia mostraban síntomas y alteraciones neurobiológicas típicos de
depresión y ansiedad, similares a los observados en mujeres maltratadas. Esto
pone de manifiesto que la exposición a un ambiente adverso durante la juventud
puede ser suficiente para desencadenar conductas agresivas hacia los congéneres
del otro sexo y que éstas conductas son, de algún modo todavía no explorado,
transmitidas a la descendencia. Obviamente existe una gran distancia todavía
entre estos estudios con modelos animales y la situación de maltrato que
padecen muchas mujeres. No obstante, los descubrimientos que mostró este
estudio abren vías de investigación que podrían ayudarnos a entender si existen
bases neurobiológicas para este tipo de violencia, sugieren vías de actuación
terapéutica que podrían ayudar a actuar sobre ella e impulsan el desarrollo de
líneas de investigación innovadoras que aumenten nuestro conocimiento acerca de
la agresividad y su focalización sobre las mujeres.
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