Comer es un de los
placeres esenciales del ser humano; existe inevitablemente una fuerte conexión entre
los alimentos y las áreas cerebrales que rigen nuestro apetito y la satisfacción
que nos produce ingerirlos. Además, es bien sabido que determinados desordenes
alimentarios, como algunos tipos de obesidad o la anorexia tienen su origen en
alteraciones de estas áreas, que resultan en conductas alimentarias inapropiadas
y peligrosas para la salud de los individuos. Por tanto, resulta evidente que nuestro
cerebro tiene una influencia importante sobre lo que comemos y dejamos de
comer. ¿Pero puede la dieta influir en nuestro sistema nervioso? ¿Pueden algunos
alimentos generar cambios en nuestro comportamiento hasta el punto de
desencadenar enfermedades mentales? Obviamente, cualquier dieta que incluya
compuestos que puedan alcanzar y afectar
a nuestro sistema nervioso, pueden producir efectos no deseados. Por ejemplo,
un consumo excesivo de café o de bebidas que contengan niveles elevados de
excitantes, como la cafeína, resultará en una sobreexcitación de las neuronas y
puede predisponer fácilmente a la ansiedad. La presencia de determinados
herbicidas en algunos de los vegetales que comemos también pueden ser una fuente
de problemas neurológicos si sus concentraciones son elevadas. Muchas de estas moléculas
han sido diseñadas para interactuar con los sistemas nerviosos de los insectos y,
colateralmente, algunas de ellas pueden afectar nuestro sistema nervioso, desencadenando reacciones agudas o incluso producir
enfermedades neurodegenerativas si su consumo se hace crónico. La presencia de niveles
elevados de hormonas en la carne que consumimos también puede producir cambios importantes,
porqué en nuestro sistema nervioso hay una gran cantidad de receptores para estas
sustancias y muchas de ellas son prácticamente idénticas a las de los humanos. Estudios
recientes han dado un paso más en el
conocimiento de esta relación entre la dieta y el sistema nervioso central, encontrando
que la composición de nuestra flora intestinal, el conjunto de bacterias que viven
en simbiosis con nosotros en el intestino, puede influir de manera poderosa sobre
nuestro comportamiento e incluso predisponer al desarrollo de determinadas enfermedades
psiquiátricas. Es sorprendente constatar el poder que pueden ejercer estos
microorganismos, pero no lo es menos saber que su número multiplica por diez el
de todas las células de nuestro cuerpo! Nuestro sistema nervioso central y el
de nuestro sistema digestivo están fuertemente conectados por el nervio vago, que
proporciona un vía de señalización bidireccional entre estos dos sistemas. Investigaciones
recientes sugieren que la presencia de una inflamación en nuestro sistema
digestivo durante determinadas etapas de nuestra vida, especialmente en las primeras
etapas de la infancia, puede inducir una sobreproducción de la hormona factor
liberador de la corticotropina (CRF), una molécula crítica para la regulación
de nuestra respuesta al estrés. Estos cambios pueden derivar en efectos permanentes
sobre el nuestro sistema nervioso, los cuales facilitarían la aparición de desórdenes
de ansiedad y hasta el desarrollo de trastornos depresivos. Parece que la composición
de la flora bacteriana intestinal tiene un papel muy importante en la regulación
de nuestro sistema digestivo y que alteraciones en esta composición podrían
inducir la inflamación de este sistema. Experimentos realizados en ratones que estaban
libres de bacterias en su sistema digestivo han demostrado que estos animales
mostraban niveles reducidos de ansiedad cuando se comparaban con ratones que estaban
infectados por las cepas de bacterias habituales. Por tanto, parece que hay una
relación clara entre nuestra flora intestinal y nuestro sistema nervioso
central. Las vías por las que esta relación tiene lugar todavía están lejos de
estar claras, pero ciertamente el nervio vago ha de ser uno de los actores
principales. De hecho, se sabe que la modificación de la población de bacterias
intestinales hace que el nervio vago
transmita señales que modifican la expresión de algunos receptores de
neurotransmisores, las moléculas que utilizan nuestras neuronas para comunicarse,
así como algunos comportamientos. Esto abre un fascinante campo de investigación
que nos puede llevar a entender mejor la relación entre el sistema nervioso y
el digestivo y a descubrir si las causas de algunos tipos de depresión no están
en realidad localizadas más abajo de nuestro cuello. Además, coloca a los
alimentos que contienen probióticos, los microorganismos que tienen efectos
beneficiosos sobre el sistema digestivo, como prometedores elementos terapéuticos
para tratar determinados desórdenes mentales.
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